El taller del día 2 fue una delicia. Todavía me siento
bajo los efectos de esa gran corriente que se crea en la sala, entre los
juegos, las sonrisas, la concentración de los adultos en lo que estamos
haciendo y la colaboración de esos pequeños que, no sólo se portan
maravillosamente, parece que agradecieran todo lo que se les propone con sus
sonrisas, con su actitud y el dulce cansancio que les hace caer en una
siestecita cuando termina el primer tramo. Tengo grabadas sus caritas y he
decidido hacer una pequeña crónica antes de que se me olvide y pierda esa
esencia que aún me acompaña.
Lluc y Lucas llegaron dormidos, a los dos o tres meses
escasos es lo que uno tiene que hacer en los desplazamientos; al arrullo del
motor del coche o del traqueteo del cochecito te dejas llevar plácidamente por
el sueño, qué vete tú a saber que encuentras cuando llegues a donde quiera te
lleven, así que hay que aprovechar. No sabíamos si se despertarían para jugar
con todos a la estimulación temprana, pero abrieron los ojitos justo cuando
convenía: ser oportuno es una de las condiciones para aprovechar las
oportunidades, valga la redundancia. Así que nuestros benjamines hicieron sus
ejercicios como todos los demás y nos regalaron algunas sonrisitas, sabedores
ya (como todos los bebés) de que es el mejor premio.
Álvaro, nuestro veterano (siete meses, oye, un respeto),
no se cansó de reír y jugar, ejerció su decanato manifestando respuestas, que
sabe perfectamente que captan la atención y llamaba la mía desde el otro
extremo de nuestro centro de juegos (la alfombra de los búhos). Unai, con sus
cinco meses, le andaba a la zaga en participación oral, su parloteo me llamaba
también desde cerca, seguramente corrigiéndome ya que me empeñé en pronunciar
mal su nombre al principio, mis disculpas rey. Clara se retrasó un pelín pero
como ella, también con cinco meses, no entiende de relojes ni de
convencionalismos, ni siquiera de la prisa que llevaba mamá, pues se incorporó
a ese festival de colores y personas pequeñas, como ella, con toda naturalidad
y alegría. Hacia la mitad repasamos algún ejercicio con cada uno y fue entonces
cuando Alma, ayudada por su mamá, nos deleitó con su versión de las
suspensiones, que dimos en llamar el “puente bebé” que consiste en levantar la
cintura sólo, en vez la cabecita y poco a poco todo el tronco, será una gran
gimnasta sin duda, aún así, y sin minar su creatividad atlética, le ayudamos a
hacer el ejercicio y la felicitamos, no sólo lo hace bien sino que ha creado
una variable. Era el momento de hablar un poco de los sentidos y ellos cansados
ya de tanto ajetreo y como si supieran que eran papá y mamá los que tenían que
enterarse ahora, fueron durmiéndose hasta que la sala se convirtió en una cuna
comunitaria, unos en brazos, otros al pecho, alguno en su cochecito y otros en
la mantita que les hace de colchoneta para jugar, fueron durmiéndose.
Claro que hay momentos en los que alguno tiene que
ausentarse (cerquita, a la sala de al lado, todo lo más) porque se cansa, o
porque hay que cambiar el pañal, o simplemente despejarse un poco… pero en
general fue como si le tuvieran el tempo cogido, como si supieran en cada
momento lo más adecuado. Tras explicar los sentidos y los dos ejercicios que
están pautados al respecto, me daba pena que no pudieran acercarse a ver el
panel de las figuras y lo dije. Pues al poquito, como si me hubieran leído el
pensamiento, se fueron despertando y todos pasaron por el panel, que les
encanta y a mi chifla que lo vean y que los padres vean que les gusta. En ese
momento a varios les recité el poema, declamándolo exageradamente, como he
hecho tantas veces, como empecé haciendo con mis hijos, se quedan sorprendidos
mirándome muy serios al principio y atentos. Cuando la voz cambia sonríen y fue
Miguel quien cuando terminé la estrofa me miró y comenzó a parlotear con ritmo,
no sabemos si imitándome o pidiendo más, pero así de sencillo inició uno de los
objetivos de ese ejercicio que es su respuesta oral (no es así exactamente pero
su intención fue clara), fue fantástico, como todo, como cada cosa que ocurrió
esa mañana. Jules jugó, durmió un poquito, paseó otro poco, creo que fue él el
que estuvo un ratito en brazos de Nines (imprescindible y maravillosa
colaboradora) para que mamá pudiera atender (papá tuvo que quedarse con el
resto de hermanos en casa) intenté saludarle en francés y cantarle con mi media
lengua el Frère Jacques, me sonrió agradecido y benévolo con mi mal acento y mi
pobre repertorio en su lengua materna. Naroa llegó la primera y se fue la última,
se pegó una buena sesión, me sugirió con su protesta que retirara uno de los
peluches, no fue de su agrado y fue sustituido por otro inmediatamente (por si
sus compañeros opinaban igual) la llevamos al lugar donde predominaba el verde,
que es su color preferido, y tuvo un ratito para ella sola para familiarizarse
con los objetos, la sala, los juguetes… Al final del taller su padre la puso
boca abajo en una de las pelotas grandes que hay en la sala y sujetándola por
los tobillos hizo girar la pelota adelante y atrás, llevando su carita casi
hasta el suelo y retirándola hasta casi la posición en pie, le encantó y a mi
me encantó ver que allí mismo, eso que siempre cuento, de la creatividad de los
padres y le personalización de los ejercicios, se produjo de manera espontánea.
Por la tarde su madre le puso un mensaje a Cristina contándole que se había
echado una buena siesta, no me extraña, yo también .
En fin, fue una mañana mágica,
llena de luz y de energía, para mi no es sólo un taller, hay una corriente de
sentimientos y emociones, y es por ellos, por esos seres puros y limpios, las
personas pequeñas: los bebés. También por sus padres ya que de todos los buenos
sentimientos que se pueden tener en la vida, el más grande y el más
incondicional es el amor a los hijos. Ese es el ambiente que se respira algunos
domingos por la mañana en Más Natural, es imposible resistirse a su efecto
bálsamo y al mismo tiempo dinámico, energético, positivo. Por eso: Alma.
Alvaro, Clara, Jules, Lucas, Lluc, Miguel, Naroa, Unai, mamás y papás: gracias.