Primer Taller de Estimulación Temprana en Más Natural





Madrid 20 de enero de 2013: el estreno

Adriana y Alejandro e Irene, nuestros primeros gemelos, llegaron temprano. Estaba nerviosa, era un día importante: el estreno. Vi sus caritas y sus preciosos ojos muy abiertos, con mucha atención e interés, como sólo ellos , los bebés, los niños, saben mostrar. Yo les miraba también y un montón de sentimientos y sensaciones acudían a mi, pero lo más importante fue que nuestras primeras palabras (mías) las primeras sonrisas (suyas) y, en general, ese brote de comunicación tan limpia, tan imperfecta pero tan eficaz, tan emocional, fuera un estímulo también para mi que fui aflojando tensión. 

Marco llegó y fue directo a los brazos de Cristina, mientras su mamá se quitaba el abrigo. Nines, encantadora como siempre, recibía, repartía pegatinas y apuntaba los datos que faltaban. El primer grupito pasó a la sala a coger su sitio, a elegir su manta… a jugar. Yo me acercaba sigilosa, intentaba no molestar y al mismo tiempo inmiscuirme, mezclarme.  Observarles, para irles conociendo, para no importunarles, para entrar sin imponerme, para respetar su voluntad que adivinaba en gestos.

Elisa se ponía de pie agarrada a la rodilla de papá o al jersey de mamá, pronto le sobró la rebequita gris con tanta actividad. Todavía éramos pocos y nos venía bien esa toma de contacto, entre nosotros y también con el espacio, los juguetes, nuestro sitio. Iria también estuvo un poquito en brazos de Cristina, mientras Irene y Clara intentaban un acercamiento, esas inspecciones tan serias, con algún tipo de caricia o intercambio que ensayan los bebés que todavía no saben jugar con alguien que no ceda siempre ante ellos, como sus adultos. La sala iba llenándose poco a poco, a David ya le conocía -Alba, su mamá, es la profesora de porteo- estuvimos jugando unos días antes cuando preparábamos la sala, recuerdo que calculé que en un ratito que estuvimos juntos por lo menos se había hecho gateando (en un patrón cruzado, perfecto y veloz) dos veces cada sala. Su pericia en esas lides era y es sobresaliente. Llegó Bruno y se puso en el lugar que luego estaría a mi derecha entre Iria y Adriana, demostrando un excelente gusto ;-). A Grabrielle y Marco los tenía enfrente y por lo tanto al otro lado de la sala, más alejados, pero en este primer grupo de gateadores y aventureros no había distancias  estuvieron jugando en la entonces nueva, hoy ya célebre, alfombra de los búhos, cerquita de mi. Lía estaba a mi lado, en la cabecera (más tarde, cuando acabábamos, le canté su canción y nos encantó).

Así fue como Lia, Elisa, Irene, Alejandro, David, Marco, Clara, Gabrielle, Adriana, Bruno e Iria y, sobre todo, sus mamás y papás, que son los alumnos de verdad (yo a ellos, los bebés, les llamo en broma los diferidos) comenzamos esta aventura. Cuando empezamos a hablar, Cristina y yo, los niños seguían jugando sin entender ni preocuparse de cuál era su sitio, algunos en la otra punta de sus padres, señal de que estaban a gusto. Sentí, yo también,  una increíble sensación de bienestar. Aún tenía el nudito en el estómago de la responsabilidad, del nuevo formato, de si iba a caber el contenido en el tiempo… en fin, inquietudes. Pero, al mismo tiempo, sentía que el ambiente en general era de disfrute, de tranquilidad.

La mañana fue avanzando entre ejercicios, movimiento, sensaciones, sentidos, colores, sonidos, olores… pero había, siempre es así, gran parte de teoría, las partes que es inexcusable explicar y ellos se-portaron-tan-bien, teniendo en cuenta que no se durmieron, como ocurre otras veces (ellos eran los mayores), y que trabajaron todos tanto, ya que podían hacerlo todo, y sus padres les jalearon todo lo que pudieron.

Llegamos al final y ellos en una gran proporción se despidieron de mi acariciándome la cara. Aquellas maravillosas personas pequeñas que acababa de conocer, lo habían entendido todo, sabían que era para ellos, lo habían pasado bien e intentaban decírmelo. Con la emoción sujeta entre la garganta y la lágrima me despedí de aquél primer grupo, intentando guardar en la memoria, las caras, los nombres, los comentarios y esa sensación tan agradable que tenía de energía positiva, de alegría. Cuando acabamos lo comentamos Cristina, Nines y yo, fue reconfortante ver que pensaban lo mismo y las tres teníamos esa dulzura impregnada. Todavía hoy, montando el vídeo y escribiendo estas líneas siento esa gran emoción, que se produce en todos los grupos, pero aquella fue… la primera vez.